No habrían pasado dos semanas y el mentiroso tunante
fue pillado en Icononzo agitando e incitando cerca de 2000 campesinos que en
aquellos días pretendían llevar a cabo una gran movilización que debía
desembocar en el consabido paro agrario que tanto seduce a la guerrilla de las
Farc, históricamente presente en el oriente y sur del Tolima.
El ciudadano español alegó que era integrante de una
ONG cuyo objetivo consistía en “visibilizar” la situación del campesinado
colombiano, al cual describió como “explotado, vilipendiado y violentado por
fuerzas estatales y paraestatales”. Ante los atónitos agentes que lo detuvieron,
esgrimió credenciales que lo presentaban como miembro de la rimbombante
“Organización Solidaria para Asia, África y América Latina”, creyendo que el
carné con llamativo logotipo tramaría a los miembros de la fuerza pública que
apenas comenzaban a poner en marcha la Política de Seguridad Democrática.
Fue detenido y entregado a Extranjería, que no dudó en
cumplir las normas migratorias que indican deportación por el propósito indebido
a la declaración de ingreso al territorio colombiano. Fue encaramado en el
siguiente vuelo de Iberia con destino a Madrid y la prohibición de volver a
poner pies en Colombia.
Eran tiempos en los que el gobierno mostraba cero
tolerancia con los extranjeros que vinieran a nuestro país a promover o alentar
alteraciones del orden público. Para el presidente Uribe no era admisible que
mientras los soldados y policías de la Patria se jugaban la vida por lograr el
establecimiento de un orden legal y pacífico en el territorio nacional,
ciudadanos de ultramar vinieran a promover o a hacer eco de manifestaciones
sociales en las que la mano negra de los terroristas era evidente, como parece
mostrarse actualmente en el Cauca.
Recuerdo ese episodio puesto que esta semana el país
supo de la presencia no autorizada e inconsulta de dos ciudadanos españoles,
quizás no tan anónimos como el Enjuto de marras, en la zona donde se adelanta
la sublevación de indígenas caucanos: Baltasar Garzón y su hijo tocayo a quien
se conoce con el mote de “El Balti”.
En medio de la barahúnda y del zafarrancho surgió la
imagen de esos dos ciudadanos extranjeros que defendieron su presencia allí argumentando
que buscaban mecanismos de solución pacífica a la crisis.
Pero ni el gobierno ni nadie los había autorizado.
Sabemos que el condenado ex juez Garzón está en Colombia gracias a la fina
atención del presidente Santos. Su mandato acá es limitado y debe
circunscribirse a las tareas puntuales que le ponga su jefe, que en la teoría
es la OEA, organismo que tampoco está autorizado para enviar a ninguno de sus
funcionarios a la zona de guerra en la que se convirtió el departamento del
Cauca.
La pregunta obvia que muchos nos hacemos es ¿por qué el
gobierno del presidente Uribe sí hacía cumplir la ley migratoria expulsando in límine a Enjuto y ahora el presidente
Santos se frunce para tomar una medida semejante frente a los señores Garzón?
La única respuesta que puede dársele al interrogante no
es lo que puede haber de Enjuto a Baltasar, sino las diferencias entre los principios
que inspiran el talante del presidente de hoy y los que inspiran el talante del
presidente de la Seguridad Democrática, Álvaro Uribe Vélez .
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