El golpe Gallup de la semana pasada nos ha tenido a la
expectativa de la reacción del gobierno porque no obstante la soberbia de este
último -con claros visos de negación-, las cifras muestran que le está costando
la reelección. Puede seguir pretendiendo exculparse del fiasco de la reforma a
la justicia, como torpemente insistió el Presidente el sábado desde Pasto, y justificar
la salida inconstitucional que le propinó, pero no puede negar una muy temprana
impopularidad y el hecho de que es el país de a pie el que le está pasando la
factura.
Hasta los más fieles aduladores de su gestión han salido a
proponer toda suerte de excusas y recomendaciones, amén de apaciguar a las
hordas. Hay quienes le dicen que recomponga el gabinete porque los culpables
son sus ministros; otros le insisten en “escuchar” a la gente, sabrá Dios para
qué pues si algo ha caracterizado a este gobierno es la soberbia. Otros culpan la
estrategia de comunicaciones del Gobierno y su incapacidad para mostrar las
ejecutorias que las encuestas no reconocen. La verdad es que las locomotoras no
han arrancado y los números que el Presidente presenta en materia de empleo e
inversión no son sostenibles. El primero es coyuntural y responde a la “reconstrucción
de la ola invernal”; adicionalmente, algunas de las medidas del Plan de Acción,
aunque buenas, lo están castigando. Por su parte, la inversión se va a castigar
por efectos internacionales fuera de su control pero también por la demora en infraestructura
y el nuevo código minero.
Otros consejeros, los más pragmáticos, le sugieren borrar con el codo lo que escribió con la mano y acometer una reforma a la justicia desde el gobierno, a punta de decretos, para constituirse en redentor del clamor popular, prescindiendo del impopular congreso y las cortes, una propuesta solo parcialmente posible que además desconoce que el traspiés de la reforma a la justicia fue tan solo la punta del iceberg. A El Tiempo hay que declararlo fuera de concurso. Sus editoriales ya no son ni babosos, por no decir irresponsables; dan ternura.
Otros consejeros, los más pragmáticos, le sugieren borrar con el codo lo que escribió con la mano y acometer una reforma a la justicia desde el gobierno, a punta de decretos, para constituirse en redentor del clamor popular, prescindiendo del impopular congreso y las cortes, una propuesta solo parcialmente posible que además desconoce que el traspiés de la reforma a la justicia fue tan solo la punta del iceberg. A El Tiempo hay que declararlo fuera de concurso. Sus editoriales ya no son ni babosos, por no decir irresponsables; dan ternura.
Las primeras de cambio apuntan a la recuperación de la
seguridad, lo que parecería apenas obvio cuando es el área en la que las
encuestas le han dado más duro, no solo esta vez sino en los trimestres
anteriores. No diré lo que con razón diría Alvaro Uribe, que no ha dicho y
tampoco dirá: se lo dije y se lo advertí. Pero parece así demostrarlo el
incremento en el número e intensidad de los consejos de seguridad de las
últimas horas. Hago también caso omiso del oso presidencial de ufanarse por Twitter de la duración del de Pasto.
Llama la atención la inusual recomendación que hizo el
presidente Santos de la columna del general Valencia Tovar. Los pocos que hemos
leído al General por años y quienes como yo lo hemos tenido en tan alta estima,
no lo reconocemos como autor de esa columna. Al principio se lo atribuí a una
injusta y triste consecuencia de los años, pero luego me enteré que un hijo del
General es asesor del Ministerio de Defensa. Y se estrena como columnista el
general Naranjo con una opinión que no estoy seguro de haber entendido pero
acaso en la misma línea de la del general Valencia. Con pretensiones de fiscal
de la vanidad, olvida que buena parte del problema radica en la vanidad del
gobierno mismo, por la que está pagando un precio muy alto y fue abucheado. Reconozco
en el general Naranjo un hombre valioso y un policía como pocos. Prefiero
pensar que simplemente no goza como escritor de la destreza que despliega en
otras de sus conocidas cualidades personales y habilidades profesionales.
Pero si fuera cierto que la sacudida del gobierno está por
la recuperación de la seguridad (a secas y sin “democrática” para no ofender el
ego presidencial), el panorama me resulta igualmente desolador. La estrategia
implementada desde el Ministerio ha sido la de arrinconar a los terroristas en lugares
que el mismo Ministerio califica de “remotos” y “sacarlos de sus madrigueras”
como hace poco hizo eco el Presidente desde Buga. Pero los actos terroristas recientes
demuestran que sus autores no están en ninguna madriguera como claramente lo
demuestra el atentado a Fernando Londoño en plena 74 con Caracas en Bogotá. El
informe del SIMCI que el gobierno impidió publicar la semana pasada revela un
aumento en la minería ilegal y un aumento del 3% en el área sembrada de coca,
coincidiendo en el mapa con las zonas donde se mueven las FARC. Pero lo que es
más grave, sus cabecillas se encuentran en Venezuela y Santos ya ha demostrado
que no va a incomodar al Dictador cuando la Oculta Agenda de Paz tiene su
epicentro en Caracas (la ciudad, no la avenida).
De ahí la infame columna “Póquer Sangriento” de León
Valencia. Como contratista del gobierno en estos temas sabe mejor que nadie que
la recuperación de la seguridad nacional no va a ser posible mientras esté
supeditada a la Oculta Agenda de Paz desde la cual se fraguó el pérfido Marco
Jurídico para la Paz. La ciudadanía parece no entender sus graves implicaciones
ni el hecho de que ese Marco existe gracias a la mermelada que venía en la
hundida reforma a la justicia. Pero como Santos, la ciudadanía está tan
obsesionada con la paz, que no reparó ni reconoce que lo que hoy critica de la
extinta reforma a la justicia, está íntimamente ligado con el famoso Marco. Por
eso es que Valencia no se desgasta en grandes consejos sino en sus bajos
instintos. Al principio pensé que se había contagiado de la enfermiza obsesión
de su vecino editorial Coronell. Luego entendí que él sí sabe que el esfuerzo
gubernamental será en vano y que más vale dedicarse al mezquino intento de
tratar de dañar al presidente Uribe antes que darle la razón y recuperar la
seguridad democrática. Así como le auguro poco éxito a la recuperación de la
seguridad mientras exista la Oculta Agenda de Paz, menos éxito le auguro a la bellaquería
que propone Valencia.
Si a eso se reduce la reacción del gobierno, en efecto se
viene una aguda "samperización", enfermedad de profunda indignidad
con pronóstico tan letal, que no aguanta los dos años que le quedan a Santos.
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