miércoles, 23 de enero de 2013

Tertulia macabra


Y se reiniciaron “los diálogos” … 

En la campaña que lo llevó a la presidencia de Colombia, Álvaro Uribe presentó un documento de 100 puntos que bajo el título de Manifiesto Democrático se constituyó en la hoja de ruta de lo que sería su gobierno.

En el punto 41 se trazaba la línea general de la política de paz. Allí se leía que el diálogo no podía prestarse para el crecimiento de las estructuras violentas, a la vez que establecía una condición sine qua non: todo grupo ilegal que quisiera hablar con el gobierno debía empezar por el “abandono del terrorismo y cese de hostilidades”.

No era una exigencia caprichosa. Por el contrario, recogía el sentimiento de un pueblo que estaba dispuesto a alcanzar la paz, pero que no quería seguir siendo victimizado por unos terroristas que aprovechan los escenarios de diálogo para fortalecer sus redes criminales, como sucedió durante los aciagos años del Caguán en los que por poco la guerrilla de las Farc logra tomarse el poder.

Hablar en medio de la guerra no conduce a nada y mucho menos lo hacen las tales “treguas temporales” con “excepciones” licenciadas por el gobierno. Quien quiere hacer la paz, debe demostrarlo con hechos y no con discursos retóricos.

Se equivocan los supuestos teóricos del conflicto que aseguran que el cese de hostilidades es un punto de llegada y no de partida. Falso. Para que un proceso de paz tenga éxito debe contar, además de la voluntad política de gobierno, con el respaldo de la ciudadanía, que es la principal víctima de la confrontación armada.

El gobierno cayó en la irresponsable equivocación de graduarnos de enemigos a todos quienes no compartimos la metodología del actual proceso de diálogos – que no de paz- con el terrorismo. Vale aclarar que quienes creemos en la Seguridad Democrática trazada por el presidente Uribe, lo hacemos porque es el camino pavimentado y sin restricciones para alcanzar la paz que todos los colombianos merecemos.

Y como aquí no se trata de especular, sino de recordar con hechos, no está de más tener de presente que durante los 8 años de la Seguridad Democrática, más de 50 mil violentos dejaron las armas, cifra sin precedentes en materia de desmovilización no solo en Colombia sino en todos aquellos países que han padecido desafíos terroristas internos como el nuestro.

Todos esos hombres y mujeres que salieron de la guerra son personas que han dejado de martirizar al pueblo, de asesinar y secuestrar a civiles, militares y policías.

Al terrorismo no se le derrota contemporizando ni “legalizando” sus brutalidades. Al contrario: se le rinde enfrentándolo con verticalidad, sin complacencia ni discursos benevolentes, con firmeza militar pero con generosidad civilista para con aquellos que quieran abandonar la guerra para reincorporarse a la vida civil.

En los diálogos de ahora, la iniciativa no la tiene el Estado sino los terroristas que dicen cuándo supuestamente van a dejar de matar; y el gobierno, como si se tratara de un derrotado, servilmente valida el anuncio. “Hay que creerles” ha dicho el presidente Santos en referencia a las Farc; y más recientemente, que han cumplido “con excepciones”. Pues no, no hay que creerles a esos que llevan media centuria asesinando a las gentes de bien, secuestrando a los empresarios y paralizando el progreso del campo colombiano. No hay que creerles a quienes han salido fortalecidos y rearmados de los procesos que precedieron a estos diálogos para intensificar su empresa criminal. No se puede aceptar que cumplieron quienes cometen 57 actos terroristas en 60 días de tregua.

Les empezaremos a creer el día que liberen al último secuestrado; el día que permitan que una comisión que goce de respetabilidad internacional verifique un cese total y permanente de hostilidades. Les creeremos el día en que sus jefes, responsables de las más absurdas atrocidades, se comprometan a reparar a sus víctimas y a cumplir la cita pendiente con la justicia colombiana.

Mientras eso no suceda, los que sostenemos que la Seguridad Democrática es el camino, seguiremos pensando que en La Habana se está llevando a cabo una tertulia macabra. Ojalá la historia no nos dé la razón.

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