Enseña la teoría política que las campañas reeleccionistas deben ser cortas; cuando sean viables, su longitud es inversamente proporcional a su efectividad.
Desafortunadamente para Santos, su incomparable
impopularidad y los términos legales para que Vargas no se inhabilite, lo
obligaron a anticipar el debate reeleccionista. Cualquier aspirante a
reelegirse que tuviera entre su gabinete a un ministro más popular que el
propio mandatario, habría hecho hasta lo imposible para dejar a Germán Vargas hasta
el 7 de agosto de 2014 comprándole casitas a las cajas de compensación familiar.
En este caso no ocurre porque la impopularidad de Santos es
de tal magnitud que antes bien, lo necesita habilitado para aspirar a “la reelección
de esas políticas”, como el mismo Santos lo denominó. Y es que el plan A está
encabezado por Vargas y el plan B, vergonzantemente dependiente de las FARC,
estaría encabezado por el propio Santos.
Esta movida es un acto de humildad. Por segunda vez en menos
de dos meses el Gobierno da muestras de entender que las circunstancias le son
adversas a una reelección. La primera fue con la propuesta resignada a dos años
de reelección a cambio de acabar con la figura y ampliar el tiempo de gobierno
para darle oxígeno a los diálogos habaneros.
Un Gobierno confiado en su reelección, habría mantenido a
Vargas con el compromiso de entregarle la posta al final del segundo período. Un
gobierno que se sabe perdedor en una contienda para buscar la reelección,
empieza por alinear a sus aspirantes internos para que no le resulten contendores
y los pone a sumar en el contrapeso a su verdadera pesadilla, el regreso del
uribismo al poder.
Y es que Santos cree que le queda un aliento, el aliento de
un papel firmado en La Habana. Por eso no desiste de una buena vez por todas de
la intención reeleccionista, permitiendo a Vargas salir al ruedo como el
candidato del “santismo” para las próximas elecciones y ofreciendo volcar de
manera soterrada todo el aparato estatal al servicio de esa causa. Es muy
probable que eso termine ocurriendo pero no sin antes haberle dado la
oportunidad a los diálogos habaneros, lo único que rescataría el plan B
encabezado por Santos. Esos diálogos son el aliento de Santos y a la vez un impedimento
para lanzar a Vargas, sin duda discrepante de los mismos. Las Farc habrían
reaccionado airadamente contra el Gobierno en lugar de ofrecerle el apoyo que
le ofrecieron públicamente.
No hay que olvidar que aunque comparten la característica de
ser comprobadamente traicioneros los dos, Santos y Vargas tienen marcadas
diferencias políticas. Por eso resulta
triste ver que una vez más, la convicción de las ideas políticas sucumbe ante
la conveniencia de las componendas electorales. Y se habrá de cumplir el
presagio de que Vargas terminará traicionando a Santos. Lo que no se sabe es
cómo ni cuándo.
Debo confesar mi morbosa curiosidad sobre la fórmula que
hubiesen acordado para definir, antes de noviembre, si va el uno o va el otro.
A lo que no hay derecho es a haber llegado al extremo de tener un gobierno
preso de las Farc y una reelección que las pone como jefe de debate. Por eso
el país le habrá de pedir al uribismo que rescate la dignidad de la democracia en el 2014.
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